La tranquilidad es un arma de doble filo:
mientras te protege te hace débil,
si te acomodas te aniquila,
pues te puede acostumbrar a dormir sobre la piedra.
Pero perder los nervios es no estar tranquilo nunca,
no conseguir estar cómodo ni sobre cien colchones de cordero,
pues hasta el guisante más pequeño hace llaga al inseguro.
La costumbre de estar nervioso
¿es peor que acostumbrarse a la costumbre?
Que si uno se hace vago ante lo estable,
puede vivir en la cómoda tensión del continuo cambio.
¿No es si cabe igual de absurda la serenidad que desprenden las constantes fugacidades?
¿puede hacerte lo breve tranquilo ante lo incierto,
pues nada permanece?
Brebaje de valor y miedo es un trago duro
que va con sal y limón
y el viento, que va en contra,
se lo baila y le desvela
pero ni las doce campanadas
le han de hacer correr.
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