Había salido corriendo de allí, corriendo con la voz porque
las piernas le fallaban. Se había aferrado al pomo de la puerta, gritando que
la abriesen y dejasen ir. En medio del ataque se le había quebrado el corazón
en mil pedazos. El agresor no entendía su crimen: ponerse a caballo y ver si
podía llegar a la meta sobre ella. Ser negado tres veces no pareció ser
suficiente.
Por suerte había podido gritar. Si hubiese bebido un sorbo
más quizás no habría podido defenderse, se hubiera dormido del todo. Si se
hubiese quedado quieta, mientras él hacía lo suyo puede que sus amigas la hubieran
consolado en lugar de culparla por beber y estropearlas su plan.
Pero ella sólo había
sido adormilada con vino. Tampoco era tan
grave dejarse hacer …y morir. Te lo mereces, chica.
Afortunadamente gritó. El trauma que quedó fue el de la
soledad. Ser mujer y resistirse es un acto solitario.
A él le olvidó, a
ellas nunca las perdonó. Ellas la habían vendido para seguir con lo suyo.
Ellas, sus amigas, compañeras.
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