13 may 2009

Como Blancanieves mordió la manzana.


A nadie le puede caber en la cabeza como la princesa le hincó el diente a la manzana. Quizás sus mayores nunca le dijeron que no debía coger regalos de extraños, especialmente caramelos y dulces.
Y es que desde tiempos ancestrales el mal, el veneno, se ha disfrazado con formas seductoras y cautivadoras, y en muchas vertientes femeninas, (esto último se entiende porque parten de una cultura masculina y casi siempre religiosa). La manzana es el pecado, es la debilidad del hombre al que se tienta. Era ya en el edén cuando el hombre fue expulsado de su felicidad por comer la fruta prohibida. Por desear lo maligno y lo prohibido, y, esto es en el fondo, porque de una manera retorcida nos enamoramos de nuestros propios fantasmas, de nuestros miedos, de la maldad que nos acecha.
De hecho, el ser humano es capaz de morder la manzana con el beso más dulce, pensando que el mordisco de aquello que nos puede devorar es el tesoro más precioso, aunque un instante después se irá con el viento. Que es más fácil amar lo difícil (y en ello reside su valía) o que la inaccesibilidad se disfraza de maldad para disuadir a los que se comprometieron a seguir un camino recto.
Por otro lado, lo malo suele ser un elemento elitista, porque está prohibido ¿Quién le diría que aquello fue prohibido porque era perjudicial para él y no para que fuera disfrutado por pocos? Es una pena también que la ignorancia haya hecho de cosas maravillosas objetos de perversión al ser juzgadas por mentes incapaces, al ser temido por seres inferiores. Es una pena también que el hombre se aferre a sus miedos, que tema tanto al bien como al mal, y que se enamore de sus fobias.

Por alguna de estas ideas de este revoltijo confuso, quizás, Blancanieves se refugió en una cabaña, donde trabajaba como esclava, y se comió la manzana envenenada de la bruja.